lunes, 21 de septiembre de 2020

Retroalimentación, la devolución nutritiva

En este segundo módulo de nuestro curso de “Evaluación en ambientes digitales” hemos ampliado nuestros horizontes acerca de la evaluación formativa, sus funciones e instrumentos. Personalmente me he sentido desafiada a reelaborar muchas convicciones y a develar algunos preconceptos que se trasladan a mis prácticas de evaluación.

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En primer lugar, realizamos junto con tres compañeros una encuesta sobre “evaluación y TIC en pandemia” a un grupo de 24 colegas. Intentamos que nuestras preguntas giraran en torno a los temas centrales del módulo: concepciones acerca de la evaluación, instrumentos de evaluación, redacción de consignas auténticas, retroalimentación formativa. Lo más llamativo de las respuestas obtenidas son las aparentes contradicciones, la brecha que se abre entre lo dicho y lo implementado. Lejos de revelar incoherencias en el trabajo cotidiano, creemos que estos datos nos muestran la permanente búsqueda de los docentes (más allá de su edad y de su ámbito de trabajo) de alternativas fructíferas para que los estudiantes aprendan, para que se vinculen y se adapten sin falsos exitismos a situaciones nuevas de trabajo. Para quien se interese por la información recabada, aquí encontrará nuestra encuesta. 

La segunda actividad del módulo nos llevó a practicar la coevaluación de instrumentos elaborados por nuestros compañeros de grupo. La responsabilidad, el respeto por el trabajo ajeno, la comunicación asertiva se convierten, de repente, en algo más que “capacidades hegemónicas”, se tornan desafíos vivenciados y cargados de sentido. Durante ese trabajo de retroalimentar experimenté el mayor esfuerzo metacognitivo, ya que en la labor diaria de acompañar y evaluar el trabajo de 70 o más estudiantes la reflexión sobre el “cómo” lo estoy haciendo a menudo se desdibuja.

 


La exposición de Rebeca Anijovich en torno a la retroalimentación me permitió hacer un alto y examinar lo “nutritivo” de mis devoluciones, más allá de lo dulce, lo salado o lo amargo de las palabras que se eligen para evaluar. A partir de estas experiencias me comprometo a practicar más asiduamente los protocolos como SER o la escalera de Wilson, porque considero que, más allá del “aprobado” o “desaprobado” nuestros estudiantes nos están reclamando compromiso y presencia en sus aprendizajes… no hay que dejarlos con hambre de guía.

                                   Nos leemos la próxima

 

 

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